Dudo, luego existo. O mejor, dudo, luego existo,
luego amo o sigo dudando.
Y sí, además de humo somos duda, y algunos amor.
La única duda que no cabe es que dudar es lo único que de seguro tenemos en
común.
Y si de dudas se trata, dudar del amor es una manía,
aunque sea la duda más compleja, pues primeramente dudamos de qué es amor, pero
entonces ¿cómo somos capaces de dudar de amor si no sabemos qué es? Difícil de
definir y difícil de dudar, paradójicamente. “Siempre con la locura, con estas
dudas. Siempre por amar”.
En términos de brujería el principio sería no
creer en el amor, pero que lo hay, lo hay. Entonces hay amor, que se ve o no, y
por ello fluorescencia azul o transparencia, con o sin necesidad de ayuda quiromántica.
De ahí la obsesión por dudar.
En medio de toda esta incertidumbre que genera, distintas
disciplinas, sino todas, se ocuparon de presentarlo: como 2 mitades perfectas,
la matemática; como la liberación gradual y temporaria de compuestos químicos
(entre ellos feromonas y monoaminas -justamente!-), la química; como la expansión
energética de la ley de la atracción, la física; como la expresión libre de
romanticismo, el arte e incluso la política; como 2 media naranja, la botánica;
como un corazón obeso, la anatomía; como un acierto de Cupido, la mitología
romana; como una idealización utópica bajo el adjetivo “platónico”, la
filosofía; como un viaje a la luna de Valencia, la astronomía.
Así las cosas, al esquema de los estados entre los
cuales puede oscilar la vida de relaciones interpersonales, que tiene un tanto
de influencia de la forma de ser de cada uno y otro tanto de la forma en que se
nos presentan las situaciones, lo sintetizó perfectamente un amigo: amor o
nada. En nada, elegir amor o nada quizás sea indiferente; pero en amor, elegir
nada es morir. Entonces, amor o nada es la bandera, pero… ¿siempre o sólo en nada?;
¿y cuándo no hay amor? ¿Solamente es amor o nada?; ¿no hay otra? Si es que es
siempre o si es que es solamente, será que matan por amor o será que murió de
amor. ¿Y cuando no hay amor? “Que no haya nada entonces, alma mía. No vas a
regatear”.
Este esquema encuentra muchos adeptos pero poca
fidelidad, pues urgencia, comodidad e inseguridad matan ideales, por temor a
nada o por temor a amor. Por no dimensionar amor.
Así, queriéndonos aproximar a una definición, desde
un pensamiento inductivo goles son amores, obras son amores. ¿Amor es obras? En
ese sentido, si una imagen vale más que mil palabras y mejor que decir es hacer…
entonces, si tan fácil es decirlo pero tan difícil que se dé, ¿amar es acción?
Una encomienda bajo la almohada, una despedida con lágrimas, una carta en viaje
de egresados, una rosa en el libro favorito, la ruptura no meditada de un pacto
de no contacto, un bondi desconocido ida y vuelta para vernos…
En fin, si amor es acción, amor es música, la
acción suprema, la que le permite manifestarse en sus distintas alternativas,
desde la alegría llegó y sé que no dura para siempre hasta la tonta y las
tristes canciones de amor, la que suena cuando remo contra tu atracción, cuando
me atrevo a querer lo raro, cuando engordo de ideas, cuando salimos del amor,
cuando olvidamos todo de una vez, cuando fulminamos el rencor… Si desde siempre
estuviste en mis canciones.
Sin embargo, enrolados en una filosofía Platónica,
no del amor, sino de definir las cosas por todo lo que no es esa cosa,
científica y filosóficamente anacrónica, fácilmente amor es todo lo que no es
amor. Y tanto no es amor y tan subjetivo es amor que sería imposible intentar conceptualizarlo
así, pero no debemos subestimar el poder de aproximación del postulado, pues
esta idea propone el significado más vago de amor, ¿y qué hay más abstracto que
amor? Así de indefinido; de ideal (¿platónico?), para vos, para yo, para ella,
para él; sin realidad propia, sino mutua, amor somos dos; de difícil
comprensión, “razones que la propia razón nunca entenderá”, si es que amor es
con otro, razón está en otro, y ambos las queremos para querer amor; de
representación inestable de elementos de formas adorablemente distintas, de proporciones
diferentes e inversamente perfectas y de color azul en sus múltiples gamas.
No obstante, a la inversa, partiendo desde un enfoque
deductivo, si amor es la sublimidad de lo abstracto, por naturaleza genera la
máxima posibilidad de abstracción, y entonces la dulce pena que caía del
manantial del adiós deslizándose sobre el terciopelo color piel, envuelto en
cabellos oscuros, también era amor.
Pero si lo abstracto es propio de un espacio
igualmente ideal, entonces ¿de qué planeta es el amor? Sin dudas, de la dimensión
de las almas, la que trasciende al ser. “Nadie es capaz de matarte en mi alma”.
Un universo paralelo en comunión sensorial, emocional y mental, equivalentes
aunque en un orden progresivo de dimensiones (amo lo que me gusta, lo que
siento y lo que pienso), que encuentran realización y razón de ser en la
comunión de almas: la cuarta dimensión, la del más profundo amor; superadora de
tiempo “quién volverá a verte aquí si nunca hay tiempo” (“un día más, un día
más”), y de espacio, “cuando no exista lugar en donde estés yo te encontraré”.
Pero ahí no acaba amor a pesar de su abstracto. El
universo real regala una 5ª dimensión, eternamente absoluta: la del amor
después del amor, “cópula y ensueño”, aquella única capaz de una nueva alma
capaz de amor. Supongo que de ella sólo pueden hablar quienes la conocen.
Mientras tanto, optimismo... “cruza el amor, yo
cruzaré los dedos”.

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