Vamos a hablar un poco en particular porque el
tema y la fecha lo ameritan.
Esta edad crítica intermedia entre el fin de la
vida (juvenil) de estudiante y el comienzo de la vida (adulta) de trabajador,
es sin lugar a dudas altamente conflictiva y me ha producido notorios altibajos
en el ánimo que llevaron a replantearme diversas cuestiones referidas a la
personalidad que he construido a lo largo de mis años.
Nadie está exento del cimbronazo que produce el
día después de la recibida. ¿Y ahora qué? nos preguntamos. Y difícilmente
podamos respondernos, porque son pocas las ocasiones en las que sabemos
realmente qué queremos (dichosos aquéllos). Y por más que nos adviertan que lo
que sigue no es fácil para nadie (sino todo lo contrario) y que hay que armarse
de paciencia, la verdad es que cuesta racionalizarlo y nos es cotidiano llegar
a puntos extremos de desazón por las dificultades que debemos enfrentar para
ingresar al sistema de la vida adulta.
En esas condiciones, casi cegados por el
desánimo, es imposible que veamos la vida color de rosa, pues cada evento
desagradable hiere profundamente nuestra moral (que ya está para el cachetazo),
e incluso muchas veces también nuestro orgullo, sumergiéndonos en un estado de
depresión difícil de entender y de explicar.
En esas condiciones de malestar, es fácil
confundir causalidades con casualidades y por ende no somos capaces de
distinguir el origen del problema. Ahí es donde vengo a contar esta postura
personal que considero la fuente de los desánimos que me dificultan asumir la
adultez.
Primordialmente hay que distinguir los lutos: el
literal y más evidente, claro está, referido a la pérdida de seres queridos. Es
siempre doloroso pero, a veces más preparado y otras ni tanto, lo cierto es que
siempre soy capaz de superarlo en más o menos tiempo y seguir con mi vida
asumiendo la ausencia física y espiritual del que ya no está. Otro, el luto
post fin de una relación que me hacía ilusión. Primeramente duele, cuesta
desacostumbrarse a una vida de a dos, expone nuevamente debilidades
individuales y hasta miserias, pero al fin y al cabo el mundo está lleno de
gente maravillosa que espera y espero por conocer.
Pero si a luto se refiere, hay uno por excelencia
con el que sé que debo convivir por el resto de mi vida, y eso no me hace
ninguna gracia, porque en éste no hay ausencia física/espiritual definitiva
(todo lo contrario), ni relación que se rompa, nada de eso, sino que por
circunstancias ajenas a nuestros ilusorios deseos de eterna juventud, y
relacionadas con la vida misma (eso que mirábamos de pibes y que pensábamos que
nunca nos tocaría asumir), cada uno de mis amigos comienza a desandar su
camino: laboral, familiar, de vida en general, que hace que aunque con lo más
de nuestras ganas queramos vernos de lunes a domingo: para jugar a la pelota,
ir a la pileta, jugar a la play, salir a tomar una birra, juntarnos a tocar la
viola, salir de caravana, ver un partido, pegar un viaje, ir a pescar,
juntarnos a comer un asado, encarar minitas, y los diez
mil etcéteras que se nos puedan ocurrir (porque con ellos hasta una pocilga
abandona, con alto yuyaral, sin piso y sin luz, garpa!), ello se torne no menos que
difícil puesto que cada uno ahora se encuentra inmerso en determinadas
circunstancias, que a la vez que nos hacen profundamente felices: una novia
copada, un laburo serio, hijos, la vida en otro lugar, que inevitablemente nos
roban una parte del alma, porque nunca va a estar completa sin todos.
¿Cómo no ser emocional si soy capaz de
racionalizar esta nueva etapa? Ahí está la clave: no voy a poder combatirla, no
admite solución, voy a tener que convivir con ella, entonces lo mejor es
asumirla con el mismo amor de siempre por ese hermano del alma que tomó su
rumbo, por más que cuesta verlo (porque acá no murió nadie), y mucho más
hablarlo (porque acá no hay nada que terminar).
Es un desafío aceptar que ahora no sea tan fácil
hacer lo que solías hacer con ese amigo que está a un mensaje de tu
complicidad, pero paradójicamente ello es consecuencia de todo por lo que vos y
yo soñamos y luchamos a la par durante estos años: encontrarnos con el amor,
trabajar en lo que nos apasiona, vivir donde nos sentimos plenos.
Por todo ello, alegra que todos los años haya un
20 de julio (la resurrección!), año nuevo en el calendario de los códigos,
carnaval de la amistad, el mejor día del año, el día para volver a las bases y
que seamos nosotros por una vez más.
Y ese ritual que comenzó hace 8 años sabe de su
magnificencia y de la energía que provoca, por eso espera por llamadas de larga
distancia, fuegos artificiales, narguiles turbios, trapos adivinos, licuadoras
locas, catering, danzas agitadas y shows psicodélicos, por esa noche de lágrimas de risa y de “pasé mi límite”, en la que
volvemos a soñar lo mismo y nos atrevemos a decirnos a la cara: vagos los amo.
Mientras esté insoportablemente vivo voy a
estar contando los días para un nuevo 20 de julio.
Así fue como crecimos y como elegimos crecer. Y
si volviera a nacer pondría la condición de que estén todos ustedes. Porque sin
ustedes NO GARPA NADA!
Dejo el
salud para dentro de un rato, cuando brindemos por la ilusión y por una nueva
edición.
“Después de pensar mucho las cosas me di cuenta
de que estaba equivocado, creo que las personas que necesito en mi vida y que
más admiro son tipos. No sé si por esto soy homosexual o no, pero en el podio de mi vida desde hoy en más ocupás el primer lugar, el segundo lo tiene Ortega
y el tercero el Negro Dolina.
Sabelo, sos el ídolo más grande que tengo y la
persona más influyente en mi vida. (…) Yo en Dios mucha fe no tenía, pero esta
noche me di cuenta de que existe, es amigo mío y le dicen pibe paco.” (Un amigo
poeta de madrugada).
Lágrimas, risas y piel de gallina.
¡¡Gracias por otro año. Son lo mejor que tengo!!
| Trapo del año pasado - "Hoy garpa", había escrito un tal Topín .. |
A los que buscan... aunque no encuentren
ResponderEliminarA los que avanzan ... aunque se pierdan
A los que viven... aunque se mueran