"Venus y la mar psicodélica"
Se detuvo a recordar el ocaso anterior en que había
permanecido con el alma absorta ante aquella porción del amor. Había sido ello tan
sublime que, ayudado por su quietud, la psicodelia austral de la mar de fondo
quedaba ajena a esa dimensión.
Fue el fenómeno más imponente que la naturaleza, y su
naturaleza, le habían querido mostrar hasta entonces, e incluso algo así era
como lo había imaginado. También era su anhelo y sabía que no estaba muy
distante, de hecho con sólo dejar de pensarlo ya lo hacía presente y en él la
psicodelia era más propia que nada en su vida.
Ella lo trajo de regreso, - “¿en qué pensás?”. En verdad soportaba
poco los silencios. Su vida aturdida por la lujuria ególatra de ciudad hacía
ello casi inevitable, aun cuando estuviera tan lejos de los rumores. A su vez,
sentía cierto resquemor de que no fuese en ella, o que fuese por demás en ella.
Nada parecía lógico en sus pensamientos, Reina de la incoherencia, su cabeza
era un baúl con juegos de azar desordenados, a los que le gustaba ganar, e
ideas raras, a las que se aferraba y soltaba con la misma facilidad.
Por su parte, a él no le gustaba responder y aunque
entendiera con claridad qué era realmente aquello en lo que pensaba, sabía que
cualquier respuesta podría causar hasta la más impredecible reacción. Sin
embargo, se había enamorado de todo eso pues nadie había coqueteado su lucidez
combinando con tal elegante pasión el glamour del vestuario y la colorida
desfachatez, la inmadurez para el compromiso y la pulsión sexual.
Era tan inquieta como la marea que mojaba sus pies empujada
por el soplo húmedo del caribe sur y esa electrizante velocidad obligaba a que él
se esmerara para seguir la cadencia de sus besos, a los que casi siempre corría
de atrás, porque aun pudiendo tomar la iniciativa, le fascinaba dejarse llevar.
Fue así que ella apartó la sensibilidad de su lengua del
labio superior de aquél y acariciándole los cabellos con la mano izquierda, buscó
su alma y comenzó a cantar - “tiempo de cambio, de lluvia, de sol, tiempo de
hacer amor”. Él no pudo resistir el coqueteo de esos ojos miel (ella tenía una
sorprendente habilidad para sostener la mirada) y sin más se dejó vencer por las
ganas de saciar la sed de su alma y desbordar hasta embriagarla del néctar de sensualidad
que la colmena del corazón de ella guardaba. Nunca antes su mente se había
rendido tan fácilmente, nunca antes su imaginación se había declarado en huelga
por conveniencia, nunca antes su corazón se había agitado tanto.
Suavemente deslizaron sus mejillas rozándolas, sus labios
caían húmedos y en cámara lenta a los laterales de sus cuellos, sus extremos
buscaron todos sus rincones hasta enredarse por completo, no cabía entre ellos
ni una gota más de locura. Sus corazones se buscaban como imanes a pesar de quedar
opuestos y retumbaban en sus pechos como pidiendo a gritos encontrarse. El
último resquicio sensorial fue sentirse respirar mutuamente desde lo más hondo
de sus sensibilidades, como si lo ajeno fuese tan propio como sus deseos. El
resto fue viaje… Todo se volvió surreal, como si fuesen caricaturas atrapadas
en el sueño de un Dios presumido: el cielo eligió despintarse, la tarde se hizo
azul, el mar ahora era éter y el sol, humillado por el fulgor de la Venus, renunció
su dignidad y se hundió en el vacío existencial de aquel horizonte solitario
para ser una estrella más que idolatrara la divinidad.
Ella no quiso despedirse, odiaba verlo partir. Le había
manifestado que entre la bruma de su alma sólo él era capaz de encender las luces
que la estimulaban y que adoraba tanto ello que le gustaba jugar a descifrarlas.
Se estaba volviendo vulnerable y sabía que con esa actitud difícilmente
sobreviviera a la ciudad.
Y él, aunque había visto frustrar el capricho de que sus
cuerpos se dijeran adiós, regresó pensando que esperar siete años para volverla
a tener no era más de lo que le exigía su obsesión. Aun así, no paraba de
convencerse que aunque adoraba la distorsión de ciudad, babylonia sin ella no
tenía razón de ser.
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| "Venus" de Jesús Anibal Madrigal Trujillo. |

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