jueves, 30 de agosto de 2012

Argentina, un pais jerarquico


Epa! Vamos que Nuevamente Tenemos Tole y Tole en el Norte …

Patronal y empleados, me disculparan pero mi ingenuidad es superior y me inclino por pensar que los Azucareros probablemente se encuentren en una situación de inferioridad de condiciones a la hora de negociar una paritaria. Resulta un poco injusto imaginar que hay libertad sindical cuando se trata de un empleador que es una empresa multinacional que general 1800 puestos de trabajo en una zona rural.

Es horrible pero de a ratos siento son los propios trabajadores los que se ocupan de bastardear el sistema legal que esta diseñado para protegerlos justamente ante este tipo de situaciones. Ir a huelga seguramente no era la solución,  hay instancias administrativas previas, comprendo que la impotencia los vuelve reactivos pero lo importante es pensar y actuar en consecuencia.

Desde hace algún tiempo le doy vueltas al asunto es que resulta que en Argentina todo es judicializable y asi tenemos pilas de expedientes laborales de exempleados que reclaman justas indeminzaciones por despidos sin justas causas pero para cuando el juez dicta sentencia la inflación absorvio el monto en dinero peticionado. Ergo, necio para el Empleador y para el abogado, claro esta.

Dinero… Dinero.. Dinero… y poca dignidad para el trabajador
( o alguien es tan estupido de pensar que como actividad social y deportiva los laburantes del ingenio se instalan a piquetear… o no mucho mejor lo hacen de jodidos solo para molestar a los que transitan la ruta)

Haciendo reserva del uso de la palabra injusto propongo: si la protesta es injustificada, tanto departamento de Recursos Humanos y Capacitacion no pueden llegar a hacer reflexionar a los trabajadores… Si la protesta es justificada, la empresa debería modificar la situación que es objeto del reclamo y san se acabo.

Es copado porque si a la empresa no le gusta un empleado lo puede echar… en cambio si a un empleado no le gusta como se están encarando determinados asuntos en la empresa que hace’ Renunciar? No, va a huelga para que luego lo echen con justa razón!

Como será la situación de una empresa que de un dia para el otro puede despedir a 57 empleados sin acusar recibo? Es decir 57 empleados de planta es mucho, es personal idoneo y que cumple roles específicos, será posible prescindir de ellos de manera tan rápida? Que anda pasando que ante un piquete el Tabacal cierra su producción? Porque llevan tantos días sin acordar? Seguros que el problema es el descuento de los días no trabajados?

Por el otro lado…

Ruta 50, Nacional, jurisdicción Federal, puede que al cuidadano medio le importe poco este dato pero es fundamental a la hora de determinar cual será el juez que finalmente reestablezaca la transitabilidad de la ruta, es decir que ordene el desalojo de los piqueteros.

Pero en el interin intervino un juzgado provincial para garantizar la circulación en el camino alternativo, asi como por generación espontanea al parecer se presento la provincia pero no sabemos si la amenaza era que el Tabacal cierre sus tranqueras (el camino queda dentro de terrenos de su propiedad) o que los empleados lo inunden (¿).

El caso es que para “garantizar” llego la adiestrada – y nada represiva- Policía de la Provincia, y todos sabemos que cuando hay azules prepotentes hay quilombo. En efecto, fueron con armas de fuego a garantizar la paz. Si serán brutos, como se les ocurre? – bueno, se les ocurre torturan en las comisarias-

Asi las cosas ni buenos ni malos, y el gobierno, Fortuni como locomotora de este trencito de la alegría, tratando de hacer que las partes dialoguen entre ellos pero no vaya a ser cosa de que quedemos pegados… todo tibio, nada enérgico.

Ultimo momento: Oran el contrapiquete para que los dejen circular… porque no son un poquito mas solidarios –aunque mas no sea con la empresa-

Cada carancho atiende su rancho…
M

P/D: Los aviones sospechosos de trafico ilegal no se derriban se escoltan hasta que aterricen.

Enlace Relacionado: Argentina un pais con Buena Gente por Andres

Humornal


Que te copan las minas  librepensadoras, independientes, laburantas pero… pero…  A la primera de cambio culpas a las hormosas…
Confieso, como la luna es la responsable de las mareas, nuestras hormonas son responsables de nuestros humores. Si, no hay nada que podamos hacer las muy hijaputa no son nada estables, de golpe arriba y al toque seis metros bajo tierra.
El temita hormonal solo sirve para excusa entre las mujeres jamas los hombres deberían invocarlas, mucho menos para evadir una conversación… Que vos y yo tengamos que hablar es absolutamente irrelevante al día en el que me encuentro. Sabelo, vengo regular y regulando…  
Desde cuando se organizan grandes debates masculinos sobre los efectos del estrógeno en los estados de animo? Vuelvan a hablar de futbol.Otros eran los tiempos en los que esos asuntos permanecían en el mas absoluto silencioahora me veo forzada a explicar mi ciclo lunar.
Bien que te copa cuando estoy en el dia 14… ahh pero ahí nadie se queja, todos contentos y yo soy la mas gauchita.
Hasta un desconocido que pasa por la oficina se da el gusto de revolearme las hormonas por la cabeza como si fuese un insulto bate: “que humor, estas en tus días?... No jode!? Soy mujer,  que yo no te pregunto por tus niveles de testosterona, puto.  
Ovaricas, Regludas acusaciones espantosas en forma de adjetivos hacia las mujeres, hormonal para definir a una mujer intensa? – Mientras tanto Arjona hace una canción sobre una cigüeña que se suicida- COME ON!
Basta que una adelante, en forma de advertencia, “Boston, tenemos un asunto, Hoy no es el dia” y despierta es mas calido instinto paternal y poniendo cara de velorio falta que el chabón te diga: Te entiendo, te acompaño en sentimiento, lo siento mucho…. Logi,  no es grave para todos los meses.
SPMni me quiero imaginar las conjeturas que llegan a sacar. – y aun falta tanto para la menopausia-
M
Esta viene en combo : Femeninas + crecimiento

Apuntes II


Consejos para un joven que quiere ser cronista, por Alberto Salcedo Ramos

Si no eres porfiado, olvídalo. De entrada te dirán que no hay espacio, ni dinero, ni lectores. En vez de perder tiempo quejándote, pon el trasero en la silla como proponía Balzac. Y cuando empieces a trabajar escucha el consejo de Katherine Ann Porter: no te enredes en asuntos ajenos a tu vocación. A un narrador lo único que debe importarle es contar la historia.

Cuando la historia es buena y está bien contada posiblemente le interesará a algún editor. Pero nadie te lo garantiza. En caso de que no la publiquen, por lo menos te quedará una crónica ya terminada. Guárdala como un tesoro: podría motivarte a hacer otra. Si dejas de escribir cuando los editores te cierran las puertas, tal vez mereces que te las cierren.
Aunque tengas un trabajo de tiempo completo en un periódico o manejes un camión de carga, debes escribir. Ninguna excusa es válida. Si solo atiendes los llamados del estómago, ¿para qué seguimos hablando?

Cree en los temas que te impulsen a escribir. Ya lo dijo Mailer: cuando un tema atrape tu atención no lo sometas a la duda.

Puedes escribir sobre lo que quieras: sobre un asaltante de caminos, sobre las enaguas de tu abuela, sobre el escolta del presidente, sobre la caspa de Tarzán, sobre lo triste, sobre lo folclórico, sobre lo trágico, sobre el frío, sobre el calor, sobre la levadura del pan francés o sobre la máquina de afeitar de Einstein. Pero por favor no aburras al lector. Escribir crónicas es narrar, narrar es seducir. Los buenos contadores de historias convierten el verbo narrar en sinónimo de encoñar. Son como Don Vito Corleone: le hacen al lector una oferta que no puede rechazar.

Confieso que me producen alergia las historias que lo reducen todo al blanco y al negro. Desconfío de las moralejas y por eso no leo fábulas. O las abandono a tiempo para que el lobo viva tranquilo después de comerse a Caperucita Roja y para que el dueño de la gallina de los huevos de oro pueda sacrificarla sin remordimientos.

Algunos pretenden escribir mientras bailan una cumbiamba o asisten a un partido de fútbol. Pero el trabajo es una cosa y el recreo, otra. Concéntrate en tu oficio. Si no le dedicas al texto toda tu atención, posiblemente el lector tampoco lo hará.

Estar aislado es duro, te lo advierto, en especial cuando escribes historias de largo aliento. Sabes cuándo comienzas pero no cuándo terminas. En cierta ocasión me sentí tan oprimido por el encierro que consideré como mi gran utopía salir a pagar el recibo del teléfono. Luego están las dificultades propias del oficio: en una jornada solo alcanzas a precisar un adjetivo, y al día siguiente lo borras porque ya no te gusta. Acuérdate de Dorothy Parker: “odio escribir, pero amo haber escrito”.

Si cuidas la escritura, si no te conformas con juntar las palabras de cualquier manera, lo más seguro es que tiendas a bloquearte. Bloquearse es un gaje del oficio. Indica que asumes el trabajo en serio. Sal a la calle a renovarte. Tomar distancia también es una forma de escribir.

Si eres de los reporteros que no leen más que noticias, declárate perdido. Hay que tener buenos referentes en el oficio. Solo al oír las voces de los maestros – Talese, Capote, Hemingway – y mirar el mundo con curiosidad genuina aprenderás a encontrar tu propia voz.

Por mucho que ciertos reporteros y editores ortodoxos renieguen de la crónica, tú tienes que creer. La crónica le pone rostro y alma a la noticia para atender a un tipo de lector que no solo quiere atragantarse de datos. Algunos suponen que las verdades que no contienen el destape de una olla podrida son indignas de ser publicadas. En un continente saturado de corrupción siempre será apreciada la figura del higienista que fumiga a las alimañas. Sin embargo, me temo que la verdad no se encuentra solamente regando plaguicidas o frecuentando los manteles de los poderosos, sino también prestándole atención a la gente común y corriente, aquella que, por desdicha, solo existe para la gran prensa en la medida en que muere o mata.

el malpensante.com - Alberto Salcedo Ramos


Apuntes I



Por El Estilo - Martin Caparros.

Esto no es un libro de estilo. Por no ser, no es siquiera una libreta de estilo; sólo se trata de proponer ciertas normas de estructura y escritura que unifiquen los criterios de redacción de Crítica.

Pero, antes, una reivindicación vibrante sentida entrañable inverecunda: nada nos importa tanto como construir textos que produzcan placer, asombro, risa, indignación, ganas, respeto, envidia, malhumor –o algo. De últimas, eso es lo que hacemos: captar la atención de nuestro lector y producirle algo con cada texto que escribimos. Si no queremos o podemos, todo bien: hay tantas profesiones honestas en el mundo.

Pero si sí, nuestra herramienta central es la escritura. Un buen texto periodístico puede estar hecho de megagigas de conocimientos previos, horas y horas de búsquedas y charlas, descubrimientos increíbles, esperas infinitas, análisis sesudísimos, revelaciones súbitas, pero nada de eso sirve para nada si no está bien contado.

Está claro que queremos escribir lo más claro posible. La belleza no consiste en complicar al pedo: eso sería, más bien, el kitsch del jarrón de porcelana y flores falsas. Pero sabemos que hay cuestiones complejas que no son reductibles a la simplificación –y no queremos simplificar lo complejo sino contarlo, analizarlo, explicarlo.

Lo que sí queremos es no complicar lo simple.

Y sabemos también –debemos saber, convencernos– que nuestros lectores no son tontos: son, por el contrario, gente muuuuy inteligente y, por eso, ponernos a su altura merece todo nuestro esfuerzo.
(…)

Qué contar.                                       

Lo primero es descubrir qué se quiere contar y cómo. Parece obvio, y sin embargo. Es cierto aquello de que no hay malos temas sino malos periodistas, pero un buen tema ayuda tanto. Y, sobre todo, saber cómo encararlo. Entender lo que se va a contar. Dilucidar dónde está el corazón de la cosa. Preguntarme qué quiero que entienda o se pregunte el lector después de leerme. Qué va a hacer que valga la pena, qué lo va a hacer distinto de lo que se cuenta cientos de miles de veces en todo tipo de medios. Si algo me llama la atención especialmente, tengo que confiar en que eso va a llamarle la atención a los demás: confiar en ese entusiasmo por las cosas que me sorprenden o interpelan, y centrarme en ellas. (…)

Estructura de los textos.

La lectura o no lectura de una nota, en general, se juega en el primer párrafo: la cabeza. Ahí es cuando se capta o no se capta la atención del lector. Para eso hay estrategias variadas: la concentración de información que solían llamar pirámide gay, el relato de una situación o anécdota interesante, el atractivo de un dato sorprendente, el establecimiento de un enigma a resolver y tantas más. (…)

Las opciones son varias, y se puede elegir; lo que no se puede, de ningún modo, es aburrir, banalizar, darle al lector la sensación de que va a leer un informe burocrático sobre lo que ya sabe o no quiere saber.

Encontrar esa cabeza es el foco del periodista cuando se sienta ante su máquina. Un buen truco consiste en pensar qué le contaríamos a un amigo imaginario, mujer, marido, concubinos diversos a la vuelta de un viaje o una noche agitada. Qué nos impresionó más, qué nos llamó más la atención: qué puede llamarle la atención al interlocutor, como para que no deje de escuchar.

A partir de allí, la receta es tan simple que muy pocos la usan: desplegar información, datos y más datos, procurar que cada párrafo tenga por lo menos uno. Por supuesto que los datos no son sólo números y declaraciones; la camisa a rayitas de un ministro puede serlo, su mueca, el cuadro de detrás, el recuerdo de lo que dijo hace dos meses, tantas cosas, si ayudan a entender lo que se está contando.

Y, al final, bandera roja de remate. Los textos no se desvanecen; acaban, culminan en un remate digno. Remate no significa moraleja, consejo, editorial sedicente o solapada, sino un dato que funcione como síntesis, paradoja, puesta en cuestión, chanchán.

Editoriales sedicentes.

Las notas no son banquitos: no deben usarse para subirse encima, levantar el dedo y decir sho opino que.  (…)

Personas.

Muchos de ustedes saben –o por lo menos han oído comentar– que el verbo en castellano admite tres personas –y otras tres en plural, que ahora no nos interesan. La segunda tampoco es asunto nuestro: son contadas las notas que alguien alguna vez escribió en segunda persona. Se va la segunda.

La más habitual, por supuesto, es la tercera: si no media una razón muy poderosa, las notas de este diario se escriben en tercera persona.

Hay, sin embargo, de tanto en tanto, historias que justifican el uso de la primera: situaciones en que la presencia del cronista –sus experiencias, sus observaciones– forma parte de lo que queremos contar. Hay que dosificar muchísimo este uso. Y aún así, cuando corresponda, importa cuidar la diferencia fundamental entre escribir en primera persona y escribir sobre la primera persona. El cronista, aun cuando dice yo, tiene que centrarse siempre en lo que cuenta. Que un fulano haya estado en tal lugar nos importa un carajo si no sirve para contarnos mejor lo que pasaba.

Unas palabras.

–Escribir es, contra todo lo que se pueda pensar, un ejercicio muy simple: consiste en elegir palabras. Ni mucho más ni mucho menos: ELEGIR palabras.

Cuanto más sepamos por qué elegimos cada palabra, mejor vamos a escribir, decía Perogrullo, y escribía cualquier paparruchada.

Es triste –es tan triste– ver cómo tantas veces tanta gente escribe lo que no quería escribir: cuando usa una palabra que no dice lo que quería decir sino otra cosa. Hay que tratar de dominar a las palabras, para no dejarse dominar por ellas. Saber qué es lo que uno dice cuando dice: escribir.

–En los textos periodísticos abundan lo que alguien llamó las “segundas palabras”, o sea: esos exabruptos que aparecen cuando el periodista piensa hospital y escribe nosocomio, piensa llegó y escribe arribó, piensa entró y escribe ingresó, piensa después y escribe luego, piensa policía y escribe servidor del orden, piensa calle y escribe vía pública, piensa termómetro y escribe columna mercurial y así de seguido o sucesivamente. (Nos dirán que este párrafo es falaz: describe a un periodista que piensa como doce veces; es sólo una hipótesis).

Esas segundas palabras –o lugares comunes, muy comunes– llegan a la jerigonza de prensa por contagio: suelen venir de jergas policiales, políticas, deportivas. Pero un texto periodístico no es un campeonato de sinonimia, y en general las segundas palabras son mucho más imprecisas, feas y berretas que las primeras. Así que, salvo error u omisión: ¡usen las primeras palabras, que tan bien dicen lo que dicen!

Una variante particularmente insidiosa de las segundas palabras son los eufemismos. Duro con ellos: la guerra de Irak es guerra y no conflicto. Si hay torturas no es abuso. Un reajuste o reestructuración de tarifas suele ser un aumento.

Otra son las siamesas. Hay palabras que se siamesaron y formaron monstruitos antipáticos: la atención ya no puede ser llamada poderosamente, los admiradores no son más fervientes, el dramatismo hondo, las lloviznas pertinaces. Empuñen, sin temblor, el bisturí: para reinar, dividan.

–Mientras no se demuestre lo contrario, el lugar de los adjetivos está después de los sustantivos. Los adjetivos están muy cómodos detrás, soplando nucas: la estructura con que pensamos nuestro idioma tiende a situar primero el sustantivo y después adjetivarlo –a diferencia, por ejemplo, del inglés. En el castellano corriente el adjetivo antepuesto es un signo de la misma supuesta belleza mersokitsch donde militan las segundas palabras: aquel bello jarrón y sus violetas flores.

Los adjetivos, además, deben mezquinarse. Son como la merca, un suponer: un pase de vez en cuando te puede poner en órbita, pero si no parás vas a necesitar cada vez más para producir algún efecto. Así, los adjetivos: para que sirvan, para que adjetiven, no deben ser una costumbre sino un sacudón que aparece cada tanto. Caso extremo: dos o más adjetivos sobre un solo sustantivo lo destruyen –y destruyen, en general, al periodista que los arroja cual confetti viejo.

Los verbos tienen tiempos y los tiempos son tiranos. No al libertinaje: cuando uno empieza a escribir en un tiempo debe sostenerlo a lo largo del texto. Puestos a elegir, el pasado suele ser el más útil, manejable, creíble.
Conviene –conviene es poco– evitar los verbos en infinitivo y utilizar siempre que sea posible las conjugaciones. Nada lleva adelante una narración tanto como el verbo. Verbos simples, directos, decididos. El verbo es la forma de describir una acción. Y, para no ir contra su esencia, quedan mucho mejor cuando se los usa en activa. La naturaleza del verbo es la voz activa. La pasiva, en cambio, es un bar clásico de la avenida 18 de Julio, Montevideo, Uruguay, vamos con los franfruter.

Y, por si no lo notaron: los gerundios huelen a podrido. Todos son feos, sucios, malos, pero algunos son venenosos: nos referimos a esta noble adición –¿adicción?– reciente a nuestro idioma consistente en utilizar el gerundio anglo para decir –y creerse que uno es muy fashion o muy corporativo o muy moderno– “las clases van a estar empezando el 2 de marzo”. Los que vayan a estar usando semejante adefesio van a estar escribiendo la lista de las compras mucho antes de lo que pueden estar imaginando. Así de mal.

El sujeto y el verbo se necesitan como el sol y su luz, la perra y su baba, este diario y ustedes, la demagogia y yo –o lo que sea. No hay nada más letal para esa relación que intercalarles una coma. Las comas son la segunda causa de muerte en accidente laboral periodístico pero, aún así, queridos desairados: las comas no sirven para respirar, sino para darle estructura a una frase.

La coma es un signo ortográfico que organiza el sentido de una oración. Así como con el punto termino una exposición y empiezo otra, la coma sirve para que dentro de una idea haya un sector separado del otro: lo que aparece entre comas, por ejemplo, es una enunciación de otro nivel. Por eso, si uno pone una coma al empezar ese sector debe poner otra cuando el sector termina, para indicar que ha vuelto a la idea principal. En tal caso, uno debe poder sacar la frase que ha quedado encerrada entre comas y la frase principal debe conservar su sentido, su sujeto, su predicado. La coma también sirve para acumular unidades de una enumeración: los perros, los gatos, los periodistas, los sillones. O para separar un complemento de tiempo, de lugar, de causa, de modo: en aquellos días, algunos escribían en castellano. Hay más posibilidades, que no vamos a agotar. Pero una coma mal puesta, queda dicho, es arma muy nociva para todos y, más que nada, un búmerang fatal. Así que, en caso de duda, por favor abstenerse.

La coma abunda silvestre; el punto y coma, en cambio, tan útil, es animal raro. El punto y coma, como su nombre podría indicar, es poco más que una coma y poco menos que un punto. Cuando se quiere separar dos ideas, pero no tanto como para decir aquí termina una enunciación y empieza decididamente otra, se puede usar el punto y coma. En periodismo no se usa casi nunca. Ha sido reemplazado por el punto: seguimos resignando posibilidades, activos trabajosamente adquiridos a lo largo de siglos, rematando las joyas de la abuela.

Y los nunca bien ponderados dos puntos: un modo tan gauchito de establecer una sucesión causal –u otras– sin tener que hundirse en chucruts tales como “por lo tanto”, “en consecuencia” y tantos más que la pluma repele.

Los tres puntos, en cambio, como ha quedado claro en simposio reciente, son caca de la vaca: sono fuori.(…)

Otro principio triste es el académico-forense: uno que te dice ésta es la historia del perro que mordió al futbolista, y después te cuenta la historia del perro que mordió al futbolista. Sí, papá, ya me lo habías dicho. En principio, en los principios, no hay que enunciar lo que se va a hacer sino hacerlo. Y lo mismo en cualquier otro lado.(...)

Por otro lado: el castellano ofrece unas 100.000 palabras. Se sospecha que un argentino medio sólo módicamente analfabeto usa, en promedio, entre dos y tres mil. O sea: hay muchas. (…)

–Pero, más en general, cuando uno relee su nota –quizás la primera, o la segunda, o la tercera vez que relee, porque releer lo propio es una práctica casi tan útil como leer lo ajeno–, encuentra que ha incluido materia innecesaria. Es el momento de eliminar las adiposidades: liposucción de las palabras. La aspiración máxima es que todo lo que haya en el texto sea necesario: descartar lo superfluo, lo que no quiere decir necesariamente ser seco ni austero ni antipático ni malaonda. Sólo preciso, sólo capaz de elegir y dominar las palabras usadas y de contar lo que vale la pena de ser contado.

En esa relectura, ya que estamos, canten: ¿suena bien lo que acaban de escribir? Más allá de los significados, un texto también es un conjunto de sonidos. Leerlo, oírlo, repetirlo, ver qué suena mejor. Buscar frases entonadas. Para lograr un ritmo, un arrullo, es central ir oyendo lo que se escribe y hacer pequeños ajustes que permitan que cada frase fluya. Eliminar esos ruidos que parecen tonterías pero marcan diferencia. Hacer que el texto cante, aunque sea bajito, desfinado, mal, duchado pero cante.

–El mundo está lleno de palabras mal usadas, pero qué bello sería que Crítica no rebosara de ellas. Esperamos que esta lista se expanda con sus amables colaboraciones. De mientras, algunos ejemplos:

Primer tiene femenino. Aunque no lo crean, aunque imaginen que son todas de segunda, las mujeres también pueden ser primeras. Así que no existe la primer vez, existe la primera vez –y así sucesivamente. O sea: el femenino de primer no es primer sino primera.

No es tan fácil esperar por. Se puede esperar por boludo, por quedado, por optimista, por tantas razones, pero en cada uno de esos casos el esperador espera a o simplemente espera. Si espera a una persona espera a; si espera una cosa espera. Pero no por, por favor.

Si no saben si sino se escribe sino o si no, siempre pueden ir y preguntar. Por ahora: si no es sino de destino, si no quiere decir que no tienen que escribir eso sino esto, sino se escribe si no. Y si no, sino. Más claro, agua, vecino.

El castellano rebosa de adverbios de cantidad: mucho, más, menos, poco, bastante, demasiado, muy, mucho, apenas, casi, algo, nada, entre otros. “Fuerte” no es uno de ellos, por más que Clarín parezca creerlo y lo haya convertido en su gran aporte al idioma de los argentinos. Si quieren, usenlo: sepan que estarán mimando a uno de los diarios peor escritos de la lengua.

Cuando alguien dice, dice. No confiesa, revela, asegura, repite, define, declara, subraya, etcétera etcétera. Confesar, revelar, asegurar, repetir, definir, declarar, subrayar etcétera etcétera son acciones muy precisas, distintas entre sí y distintas de decir, y hay que guardar esos verbos para cuando eso es lo que el personaje hace. Cuando no hace nada de eso, cuando dice, dice, y nosotros somos valientes y, sin miedo, decimos que dice –y que al que no le guste tururú y que se anote en aquel torneo de sinonimia, a ver cómo le va.

Y así hasta el infinito, o un poco más acá, que tampoco es tan cerca.


Diario el Pais- Blog Pamplinas de Martin Caparros. 
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